Baudelaire se pregunta: “¿Qué son los peligros del bosque y de la pradera comparados con los conflictos y los choques cotidianos de la civilización?” (Walter Benjamin)
El epígrafe advierte sobre los “choques cotidianos de la civilización”, ya que nos proponemos leer la figura del bohemio a contraluz de la noción de “época”. Este concepto, consideramos, nos sirve para plantearla en toda su complejidad. Es decir, pretendemos no perder de vista los procesos socioeconómicos que, si bien incipientes, en Europa -y luego también en el Río de la Plata- empiezan a modificar la realidad cotidiana de la primera mitad del siglo XIX.[1] Reconfigurado, el tema podría enunciarse como “bohemia y capitalismo”, lo cual significa un cruce en una zona de problemas, y sobre todo tensiones entre imaginarios, en tanto la figura del bohemio trae aparejado -luego residual- un estatuto romántico en un contexto de modernización que al mismo tiempo -y en algún punto paradójicamente- lo hace posible. El crecimiento urbano, la alfabetización, la consolidación de la clase media, la conformación de un mercado y un público lector, la aparición de nuevas formas del periodismo, los adelantos técnicos que permiten la edición masiva, el desarrollo de formas modernas de publicidad, en resumidas cuentas, la conformación de una industria cultural facilita la supervivencia de ese grupo heterogéneo que es la bohemia.[2] Y si bien la advertencia de Jorge Rivera es necesaria –no sugerir que esta figura es el resultado mecánico de las circunstancias coyunturales-[3], sí consideramos que en la bohemia puede leerse la coyuntura histórica, en gran parte global, de un capitalismo incipiente.
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